Adaptación de Narración de la Huasteca


CHICOMEXÓCHITL

 

Chicomexóchitl nació de una manera milagrosa. Su madre, una mujer muy hermosa,  fue un día a lavar su ropa al río, entonces, un tordo, fascinado por su belleza, dejó caer una de sus plumas sobre el pecho de la joven, dejándola embarazada.  La abuela de la chica se enojó al verla encinta, pero al final cedió ante Chicomexóchitl, quien crecía hermoso, inteligente y trabajador. Le gustaba bailar, cantar y hacer música en el bosque con su flauta de carrizo, entre aromas de naranja y plátano, café y tabaco.

Apenado porque los vecinos se quejaban de que sus melodías sonaban día y noche, el niño ofrecia a su madre y abuela llevar los frutos de la cosecha al mercado para las vendimias de temporada.

En el trayecto tenía que pasar por parajes peligrosos donde había jaguares y serpientes de cascabel. La tarea que al inicio realizaba por agradecimiento se fue convirtiendo en orgullo pues proveía de granos, semillas y alimento a su familia.

Un día, una serpiente que ya había observado la costumbre del jovencito de pasar siempre al lado de un gran cedro rojo, esperó a que estuviera cerca y lo mordió.

Chicomexóchitl apenas pudo regresar con vida a su choza, donde finalmente el veneno lo mató. Las mujeres lo enterraron a un lado de su huerto.

A las pocas semanas, vieron sorprendidas que de la tierra salía una hermosa planta verde que crecía más y más, hasta que de ella brotaron doradas mazorcas de maíz.

La abuela supo que era Chicomexóchitl, el niño maíz, quien renació como alimento, no sólo para ellas, sino para todos los moradores de la Huasteca.


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